lunes, 20 de marzo de 2017

Yo sí leo «El País» (I)



La confesión se titula «Yo sí leo El País». Es cierto que contiene algunos enunciados groseros, por ejemplo, cuando afirma que el periódico piensa «para que otros rebatan su pensamiento» (desde siempre, también antes de que se inventase el retuit, el periódico piensa para que otros reboten su pensamiento) o cuando niega que todo sea un editorial (en un diario, por mucho que lo disimule, todo, absolutamente todo, «hasta las farmacias de guardia, los resultados del fútbol, las cartas al director o los crucigramas», es un editorial). Habrá quien, además, encuentre insufrible ese sentimentalismo meloso de elegía a los papeles periódicos o de oda a la profesión que los fabrica, géneros ñoños donde los haya y en los que, por otra parte, el autor ha logrado piezas muchísimo más brillantes. Se dirá que tampoco es original su panegírico del buen nombre de la cabecera, puesto que el firmante está en la tarea por lo menos desde que publicó Una memoria de «El País», un libro escrito hace algo más de veinte años y ya a la defensiva. Todos los reparos que se le puedan poner, ¡minucias! No deben distraer la atención del interés superlativo del texto, que reside en la agresividad inédita con que ahora se reviste la vieja milonga nostálgica. 

Ese tipo (o «paradigma de persona», según lo designa el costumbrismo del siglo XXI) que dice no leer El País y que lo que quiere decir es que no apoquina su precio en el quiosco, ese «lector clandestino» que se dejaría matar antes que reconocer que lee El País y, sin embargo, se lo sabe de memoria, es reprendido y vapuleado con violencia. A él, que alardea de su discrepancia con la línea editorial del periódico, se le recuerda que puede y debe ir a misa sin avergonzarse ni esconderse, porque no hace falta comulgar. Es difícil que el argumento vaya a convencer a los feligreses, porque la práctica religiosa es otra, en realidad, siempre ha sido otra. Ya lo dijo Donoso Cortés: «Cada uno lee el periódico de sus opiniones; es decir, cada español se entretiene en hablar consigo mismo. La discusión perpetua es un perpetuo diálogo, y el periodismo, consagrado a mantener perpetuamente vivo ese diálogo en la sociedad, da precisamente por resultado un monólogo perpetuo. ¿Queréis saber lo que es un periódico? Pues un periódico es la voz de un partido que está siempre diciendo a sí mismo: Santo, santo, santo».

El curilla lo sabe bien y, como ya no puede apelar a la fe mayoritaria reflejada en el EGM, a la desesperada, pone el link al «espectro de centro izquierda» que es donde el CIS sitúa a la parroquia. Pero las investigaciones sociológicas no dicen nada sobre lo que queda una vez corroída la fe en la imparcialidad del periódico: el desconcierto sacerdotal (y su furioso enfado) al constatar que los viejos fieles ya no comparten «el confort del orden que otros han elegido» para ellos. 

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