Epílogo: «Hay dos
expresiones enigmáticas que recorren los escritos de los últimos años de Gilles
Deleuze: una es cuando dice, en diversos lugares, que creer en el mundo es lo
que más nos falta. Y la otra es que la filosofía, el arte y la política invocan
a un pueblo que siempre falta. […] Quiero pensar y así lo entiendo que estas
creencias no son nada que Deleuze lamente o eche de menos. Son, por el
contrario, la posibilidad de crear un mundo y unas formas de vida más libres
para el pueblo. El pueblo que falta es el reverso de la plenitud del pueblo al
que invocan tanto el populismo como el utopismo. El primero lo quiere
plenamente presente y representado en el Estado y sus formas. El segundo lo
quiere plenamente presente y transparente en la figura de un ideal. Lo que
señala Deleuze, diciendo que el pueblo es aquello que falta, es que las formas
de vida colectiva y su creación son precisamente lo que ningún Estado puede
representar plenamente ni ningún ideal puede hacernos del todo transparente».
[Marina Garcés: «El poble que falta», Ara, 15-11-2015, incluido
en Fuera de clase. Textos de filosofía de
guerrilla, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016, pp. 77-78]
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Y los epígonos, que nos prometen grandes momentos: «No
está bonito llorar en público, pero en este oficio que consiste en contar la
vida de los otros aunque nos creamos el ombligo del globo, sufrimos de mal de
amores. Hace tiempo que muchos de quienes nos amaban pasan de nosotros. No
sabemos si porque les hemos fallado, porque se les acabó el amor de tanto
usarlo, o porque han encontrado a alguien más interesante. El caso es que nos
han dado puerta y no acabamos de creérnoslo. Y así, estupefactos, anonadados,
acojonaditos vivos ante un futuro en soledad no buscada, nos comportamos a
veces como ciertos novios abandonados: perdiendo los papeles».
[Luz Sánchez-Mellado: «Clic»,
El País, 23-3-2017]
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