Los periódicos pierden
lectores y riñen agresivamente a sus lectores. Los periódicos pierden anunciantes, pero ni se les ocurre despotricar contra los anunciantes. Se
cuidan mucho de no importunar, de ninguna manera, a los señores del dinero y se
abstienen de endosarles reprimendas. Tampoco se atreven a ponerse en plan
lastimero y pedirles públicamente que apadrinen a un periodista, como quien salva
a un chucho de la perrera o, mejor dicho, a un ejemplar de una rara especie en peligro
de extinción por culpa del cambio climático. Ninguna columnista les monta la escenita de novia despechada mientras suena de fondo la Jurado cantando «se nos rompió el amor». Y, desde luego, les ahorran las típicas peroratas
sobre la necesidad de apuntalar el cuarto poder, sostén indispensable de la
democracia y blablablá.
Los periódicos mandan
recaditos a los anunciantes, sí, pero llenos de consideración hacia sus
destinatarios y basados en el único argumento al que son sensibles. El Mundo, por ejemplo, con qué elegancia
y delicadeza les recordaba el otro día el caso de J.P. Morgan, «el mayor banco
de EEUU y una de las entidades más respetadas del mundo» [sic], que acaba de
descubrir que de los 400.000 sitios web en los que insertaba su publicidad, nada
más ni nada menos que 395.000 «no valían nada o hasta eran dañinos para la
imagen del banco». Conclusión (colocada en el segundo párrafo, por si al anunciante
interpelado le entraba la pereza y no llegaba hasta el final): «En la red, nadie
controla los contenidos. Pocos controlan las audiencias de la mayor parte de
los sitios. Y muchos anunciantes están en ella “porque hay que estar”, pese a
que no saben dónde están. Deberían hacer caso a Mariano Rajoy, al que le gusta
decir que “cuando no sabes a dónde ir, mejor no te muevas”». Con el debido
respeto, señores: ¡Cuidadín, cuidadín!
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